19541204
Wellesley, sábado, 4 de diciembre de 1954
Queridos hijos:
4 de diciembre. O sea, tercer aniversario de la muerte de Pedro. Escribí anteayer a Solita y a Juan, y les dije cuánto me habían emocionado Los Santos, (“Cuadernos americanos”), la obra maestra de Pedro en el teatro —como La voz a ti debida y el Jorge Manrique en los otros géneros. Voy a decirle a Juan —suavísimo conmigo— que os mande Los Santos.
Ayer recibí una carta de Claudie, escrita después de la excursión a Bonn. Parece muy inquieto, desasosegado, vacilante. Llegó a comunicarme su malestar. Pero yo no puedo permitirme el lujo de creer que podría él no regresar a este país. No, ese disparate no se consumará. Voy a escribir de nuevo a Llorens. Ayer fui a un cocktail “en lo de” Poggioli —archiamable con nosotros, hijo y padre (ya, ya veréis). Levin habló de Claudie, “very brilliant”, como representante de la Escuela de Harvard frente a la Escuela de París en crítica y literatura comparada. Poggioli, aparte, me dio una carta de MacLeish, a quien tuvo que hablar del asunto —a causa de la “historia” del padre—. MacLeish: “Dear Renato: This is a sad and shocking story. That a young man should be refused a visa because, being of French nationality, he served in the French Army rather than in our own, undergoing basic training in this country, is simply incomprehensible to me. It may involve a literal application of the law but I can’t believe that even this law requires a bureaucratic literalness of the kind here involved. I think I understood you say that the matter has been brought to the attention of Senator Smith of New Jersey. That’s certainly to go at things. If further appeals to Senators or Congressmen are thought desirable, I should [be] very glad to write. Faithfully yours, MacLeish”. (Poggioli entendió como en vías de hecho lo que es una mera posibilidad: el llamamiento al senador).
Y ahora… ¡agarraos! Ahora viene lo del padre: ¡servidor! Envié a Poggioli una separata de The Hudson Review y me pidió cuatro más, y otra dedicada a MacLeish. No quiso decirme para qué. Ayer me lo explicó. El Comité de las Norton Lectures de Harvard ha escogido tres nombres como candidatos para las seis conferencias del curso próximo (ya sabéis: Eliot, Bowra, Cummings, Wilder, etc.). El primero —no sé quién— y el segundo —Wallace Stevens— no han aceptado. Queda el tercer candidato a quien van a dirigirse: ¡yo! Proyecto, por desgracia, absurdo, disparate sin posible realización digna. Hay que dar esas conferencias —seis— en inglés, y publicarlas en libro. Honorarios: una atrocidad. No sé, 17.000 dólares… Todo ello no encaja, sobre todo ahora, en 1955-1956, en mis circunstancias. Pero ¿cómo es posible que se les haya ocurrido que yo pudiera ser la vedette requerida en esas solemnísimas ocasiones? Más: MacLeish quiere que se me conceda el Premio… —no recuerdo el nombre: el que fue concedido a St. John Perse. Eso sí, ¡ahí no veo inconveniente! Entre las personas a quienes hablé en el cocktail estaba un profesor Miller que me saludó amabilísimo. ¡Está en ese comité! (Todo obra, creo, de Poggioli). ¡Dios mío, qué aventuras! Claro: secreto absoluto. Esperemos ¿Qué os parece? (Cené en casa de Ginou. ¡Qué cena! Y comensales —judíos— divertidos). El jueves iré a New Haven a almorzar con Peyre. Recibí las cartas adorables de los nietos. Les contestaré pronto. En este momento llega la carta de Teresa: volveré a escribiros muy pronto. Ahora voy a seguir con Claudie. Vuestro
Jorge