19500503
Wellesley, miércoles, 3 de mayo de 1950
Teresa, hija:
Esta mañana he recibido las siguientes líneas de Pedro (como siempre, nadie más atento, más delicado que él entre mis amigos. Ya lo sabía el padre: que “Perico Salinas” —como él decía— era un amigo incomparable).
“…Siempre recuerdo a tu padre franco, asimismo, jovial. Todo, su casa, sus adentros, era de una persona entregada a la vida sin reservas. A veces he pensado si no leí en CÁNTICO una forma muy distinta, de otro nivel de ese amor a la vida de tu padre, de su capacidad de vivir, transmutada en tu persona en esencia positiva y no en actos. Le recuerdo en la calle Almagro, en Valladolid, mejor que en parte alguna, en el centro de la casa, con lo que a mi me parece que tenía para todos vosotros, de padre protector, de asegurador de sus hijos, en algún apuro viviendo muy en lo de hoy le notaba yo esas cualidades que ya a los padres de ahora nos es difícil ejercer: autoridad, energía y bondad. Todo ello recuerdo, con posibilidad de uso.
Sabía yo, además, que en su caso, como en el de mi madre, era para ti un gran alivio saber que contabas con su ayuda para vivir menos preocupado del agobio material todo lo que se siente en los padres… de superioridad, de mejoría, de defensa, de amparo, de seguro te lo hizo sentir él en muchas ocasiones”. Etc., etc. (Pedro me habla luego de su niñez sin su padre, a quien apenas conoció y establece las diferencias entre nuestras situaciones).
Esas palabras no pueden ser más justas. Yo he dicho mil veces que la sustancia de Cántico se debe a mi padre y que yo no he vivido y no vivo más que de una chispa de su vitalidad. Y en cuanto a su fuerza de amparo… No quiero mezclar demasiado literatura con nuestra humilde vida verdadera. Pero si ya está dicho hasta en el poema “Ley natal” que os leí aquí. Por eso escribía ayer a los de casa sobre “el último desamparo” que me sumía, aunque sea ya abuelo, la desaparición de mi padre. Ya no podré contar con él, mi supremo punto de apoyo. ¡Me acuerdo del 36 y de Pamplona! Pero así fue toda mi vida. Hasta en los días del Hospital en Nueva York. Jamás me negó nada que le pidiese. ¡Y qué fortaleza moral! Por eso he podido creer en lo que creo y afrontar los días con cierta firmeza…
Claudie me repite que él se siente muy nieto de su abuelo —y tanto como el que más— ¡Naturalmente!
Escribidme. ¿Qué dicen las criaturas? (Tuve un telegrama de París).
Besos, abrazos. Vuestro,
Jorge