19490630
Valladolid, jueves 30 de junio de 1949
Queridos hijos:
Os escribí desde París y desde Irún. Continúo mi relato. Llegué a Valladolid el martes, o mejor, ya el miércoles, a las tres de la madrugada, y en la estación me esperaban el abuelito, Leónidas y Claudie. (Aquí todos le llaman Claudio). ¡No, señor! Nosotros seguimos llamándole como le llamaba su madre. “¡Pues claro!”, acaba de decir Claudie. ¡Qué cariñosos, todos! Esta es mi primera impresión: la del bloque familiar. ¡Bloque, tribu, y qué junta! El abuelito está bien —de un humor delicioso. ¡Pensar que la vida no le ha dejado amargura ni rencor! De tres a cuatro de la mañana hubo conversación general. ¡Qué rica, Mais! Ayer se me pasó el día en conversaciones (también descansé). Vinieron a comer Nines, José y su mujer. Vino el tío Enrique. Los cambios físicos son “impresionantes” en los primeros momentos. Luego se van reabsorbiendo en la figura antigua y recordada. Esperanza Pachina, ya no, siempre me equivoco —se encuentra bien, casi bien, y hace vida normal. María, hasta ahora, perfectamente. ¡Y tan cariñosa! Todos se deshacen en elogios de mis hijos. ¡Pues sí señor, todo eso es verdad! Cuando el abuelito presenta a Claudie a la gente dice: “Esto es un nieto” ¡Cuánto hemos hablado de Antó y de Isabelita! Hoy, jueves, me levanté con sueño y cansado, y no fui a Valladolid. Y volví a descansar en la cama. Ahora mi única preocupación es la cocina: el aceite, that is the question! Ya empiezan a hacerme platos con mantequilla. Este problema ha anulado todos los demás. Y esta tarde, iremos al teatro: mi interés es volver al Calderón, el teatro de mi infancia. Mientras tanto, el calor, y sobre todo, la luz me tienen recluido en casa. Y las moscas. ¡Qué de moscas! Estoy esperando carta tuya, Teresa. ¡Cuánto me acuerdo de ti, de vosotros, de mamá! (Voy a escribir a Grand’Maman). Besos, abrazos, a los cuatro.
Vuestro
Jorge