Para citar este artículo:
Martínez Illán, Antonio (2023) “Teresa, hija (3/05/1950)” en Cartas a Teresa <https://guillen.linhd.uned.es>

Wellesley, miércoles, 3 de mayo de 1950

Teresa, hija:
Esta mañana he recibido las siguientes líneas de Pedro (como siempre, nadie más atento, más delicado que él entre mis amigos. Ya lo sabía el padre: que “Perico Salinas” —como él decía— era un amigo incomparable).
“…Siempre recuerdo a tu padre franco, asimismo, jovial. Todo, su casa, sus adentros, era de una persona entregada a la vida sin reservas. A veces he pensado si no leí en CÁNTICO una forma muy distinta, de otro nivel de ese amor a la vida de tu padre, de su capacidad de vivir, transmutada en tu persona en esencia positiva y no en actos. Le recuerdo en la calle Almagro, en Valladolid, mejor que en parte alguna, en el centro de la casa, con lo que a mi me parece que tenía para todos vosotros, de padre protector, de asegurador de sus hijos, en algún apuro viviendo muy en lo de hoy le notaba yo esas cualidades que ya a los padres de ahora nos es difícil ejercer: autoridad, energía y bondad. Todo ello recuerdo, con posibilidad de uso.
Sabía yo, además, que en su caso, como en el de mi madre, era para ti un gran alivio saber que contabas con su ayuda para vivir menos preocupado del agobio material todo lo que se siente en los padres… de superioridad, de mejoría, de defensa, de amparo, de seguro te lo hizo sentir él en muchas ocasiones”. Etc., etc. (Pedro me habla luego de su niñez sin su padre, a quien apenas conoció y establece las diferencias entre nuestras situaciones).
Esas palabras no pueden ser más justas. Yo he dicho mil veces que la sustancia de Cántico se debe a mi padre y que yo no he vivido y no vivo más que de una chispa de su vitalidad. Y en cuanto a su fuerza de amparo… No quiero mezclar demasiado literatura con nuestra humilde vida verdadera. Pero si ya está dicho hasta en el poema “Ley natal” que os leí aquí. Por eso escribía ayer a los de casa sobre “el último desamparo” que me sumía, aunque sea ya abuelo, la desaparición de mi padre. Ya no podré contar con él, mi supremo punto de apoyo. ¡Me acuerdo del 36 y de Pamplona! Pero así fue toda mi vida. Hasta en los días del Hospital en Nueva York. Jamás me negó nada que le pidiese. ¡Y qué fortaleza moral! Por eso he podido creer en lo que creo y afrontar los días con cierta firmeza…
Claudie me repite que él se siente muy nieto de su abuelo —y tanto como el que más— ¡Naturalmente!
Escribidme. ¿Qué dicen las criaturas? (Tuve un telegrama de París).
Besos, abrazos. Vuestro,
Jorge

La carta lleva fecha del 3 de mayo de 1950. Guillén le escribe desde el piso que ocupaba en el edificio Ridgeway en el número 2 de Norfolk Terrace que era propiedad del Wellesley College. El 1 de abril de ese año había fallecido en Valladolid el padre del poeta, Julio Guillén Sáenz (1867-1950). Teresa se encuentra en España junto a sus hijos Antó e Isabel porque su marido, Stephen Gilman, obtuvo una beca de The Solomon R. Guggenheim Foundation para investigar en Alemania en 1950 invitado por Ernest Robert Curtius (1886-1956) a la Universidad de Bonn. Teresa ha acudido a Valladolid para visitar a la familia y desde allí le ha ido contando a su padre la enfermedad y el entierro.
Pedro Salinas, profesor entonces en John Hopkins University le ha escrito a Guillén desde Baltimore. En la correspondencia entre los dos, Salinas nunca olvida preguntar a Guillén por su padre. Un año antes, Guillén ha visitado por primera vez España desde su exilio en 1938 y al regresar, le cuenta cómo se ha despedido de su padre a Pedro Salinas: «y cuando le dije -como única forma de despedida- “hasta el año próximo”, no tuve más remedio que pensarlo de veras». (Salinas/Guillén 1992:513 Wellesley, 8 de octubre de 1949). El poeta era consciente de la enfermedad de su padre. En su visita a Valladolid en 1949, como le dice a Pedro Salinas en esa carta, ha pasado unos días «entre mis cerros -corrigiendo al vista del Cerro de San Cristóbal el poema «Luz natal» que en la carta dice que les ha leído a sus hijos:

Que los muertos entierren a sus muertos,
jamás a la esperanza.
Es mía, será vuestra,
aquí, generaciones.
¡Cuántas, y juveniles,
pisarán esta cumbre que yo piso!
(Cántico, Buenos Aires, 1962: 394).

Ese año de 1950 Guillén vive solo en Wellesley con visitas ocasionales de su hijo Claudie. Su esposa, Germaine Cahen, ha fallecido en París. Guillén vuelve a sus ocupaciones de profesor en Wellesley College en el curso 1949-1950, a donde había llegado en 1940 después de estar un año en Montreal. Salinas, profesor antes que él en Wellesley, marchó a Baltimore y Guillén ocupó su plaza. La directora del Department of Spanish, Ada M. Coe facilitó a Jorge Guillén sus sabáticos y estuvo impartiendo clases en el Colegio de México en 1950 y, al año siguiente, lo pasó en Berkeley, California. Carlos Bousoño sustituyó a Guillén en Wellesley.
En las cartas a su hija Jorge Guillén suele dar noticias del correo que recibe, le cita las cartas y fragmentos de lo que le ha dicho Américo Castro, Gerardo Diego, Amado Alonso o noticias de España, pero suelen ser solo unas frases, en este caso Guillén transcribe una parte extensa de las palabras que le ha escrito Pedro Salinas. La interpretación de Salinas de la visión guilleana del mundo como génesis de Cántico tal vez pocos la podían hacer con más conciencia que él, que ha conocido por Jorge Guillén el proceso del poemario a lo largo de muchos años en España y luego en el exilio, como muestra su correspondencia.
El padre de Jorge Guillén, Julio Guillén Sainz, había sido un empresario, presidente de la Cámara de Comercio de Valladolid de 1912 a 1924 y durante la Segunda República había presidido el Partido Radical de Lerroux en Valladolid. Había sido encarcelado al comienzo de la Guerra Civil. Guillén le dice a su hija que recuerda aquellos primeros momentos de la Guerra. En agosto de 1936 Germaine viaja a Irún donde sus hijos cruzaran la frontera. Ellos marcharon solos hasta Saint Jean de Luz, mientras, Jorge la esperaba en Pamplona, donde sería detenido cinco días y Germaine sería detenida y excarcelada en el mismo día, acusados los dos de espionaje. En 1938 se exiliaron todos.
El año de esta carta, 1950, es el año de la edición definitiva de Cántico, de lo que Ricardo Gullón denominó el ‘cuarto Cántico’, cuando Jorge Guillén dará por concluida la obra de su vida para pasar a escribir Clamor. Como Cernuda con Realidad y el deseo, Guillén ha estado escribiendo los poemas de Cántico a lo largo de muchos años, desde 1919 hasta 1950 y el poemario acoge también la realidad del exilio, de la pérdida, de la soledad, Wellesley… En carta a Américo Castro, Guillén escribe: “habré de recordar que en América he escrito más de la mitad de Cántico y que estoy escribiendo Clamor. A pesar de las varias dificultades de aquellos años, Cántico siguió adelante, y de acuerdo con su propia línea. Línea que había de pasar por las realidades inmediatez, es decir, por las experiencias de este continente. (Nunca se vive solo del acervo más antiguo). Cántico tuvo que deber a Norteamérica efectivamente algunas de sus inspiraciones: “Las soledades interrumpidas”, “Vida urbana”, “Otoño, caída”, “A la vista de hombre”, “Melenas” (Castro/Guillén: 178-177)». (Guillén J.-Castro A. 2018: 177-178).
La interpretación de Salinas de Cántico coincide con la de su autor. Guillén le reconoce a su hija que la sustancia de Cántico se la debe al vitalismo de su padre. Este epistolario con Teresa muestra cómo esa fe en la vida no la alteró al exilio. Como bien explica su hijo Claudio: «El mismo Cántico, con la misma fe y los mismos propósitos, siguió siendo el objeto de todos los afanes de mi padre después del cambio tan radical de ambiente, de condiciones de existencia y de idioma envolvente que supuso su salida de España (…). El cambio no alteraba la relación esencial del hombre con el mundo». (Guillén 2002: 94).
La comunicación epistolar tenía sus tiempos. Guillén, aunque se ha enterado del fallecimiento de su padre por telegrama, ha recibido por carta de Teresa la crónica de aquellos días casi un mes después. Así, en la carta que sigue a esta le escribe a su hija Teresa:

«La carta de José me ha conmovido. ¡Qué sencilla, qué sentida y qué cariñosa! Él no me cuenta nada, ni sé más que lo que tú me refieres, y todo me parece escaso. Un telegrama me hizo creer que mi padre había fallecido el lunes. Ni pude imaginarme que el entierro se celebraría aquel mismo lunes. Esa prontitud –y casi precipitación– en tales casos es costumbre muy española. –¡Qué pena, Dios mío, y qué lejos me coge toda esa vida en la que tanto me importa participar! Pienso mucho en Antó y en Isabel. Un abrazo para Steve. Afectos para todos. Muchos besos de tu padre». (Wellesley, 8 de mayo de 1950).

Al año siguiente, Guillén viajó de California a Europa y Pedro Salinas moriría en Boston el 4 de diciembre de 1951. Él tampoco pudo estar cerca, desde Alemania le escribirá a Teresa. «¡Qué desolación, volver a América y no encontrar a Pedro!» (Colonia, 16 de diciembre de 1951).

Referencias:
Guillén, C. (2002). “Tierra feliz del desterrado”. En Wellesley, recuerdo ileso, ed. por Gascón Vera, E. y Ramos, C. Lleida: Milenio, pp. 87-95.
Guillén, J./ Castro, A. (2018) Correspondencia (1924-1972. Ed. Villalba M. J. Valladolid: Fundación Jorge Guillén-UVA.
Salinas, P./Guillén J. (1992) Correspondencia (1923-1951), ed. Soria Olmedo A. Barcelona: Tusquets.