19480116
París, viernes 16 de enero de 1948
Queridos hijos:
Sí, a todos vosotros me dirijo, aunque sólo me conteste Teresa: En su carta recibida anoche me dice: ¡Qué èlan, Dios mío!, a propósito del silencio de la familia española, y especialmente del abuelito: —“¿Quieres que le escriba catastróficamente?”— Magnífico adverbio hiperbólico, que sí expresa las intenciones que animan a su poeta creador! Confieso que ya principio a impacientarme. Ya les he advertido que los esperaré hasta marzo. (Esta tarde iré a U.S. Line) pero ¿y si no viniesen antes? A ese tipo de inercia un año no es mucho más que un mes. Escribe, Teresa, pero tiernamente.
Hacedme todos los recados que os plazca. Retengo, pues, los ya hechos en la carta de anoche para Margot. Otro encargo de Teresa no lo he echado en saco roto —se refiere a la situación de María de Oñate. Voy a redactar enseguida la carta al presidente —y con el mayor interés. La conducta del que podría llamar, en elegante paráfrasis, “colaborador de Augusto” no me ha sorprendido, pero me ha indignado. Por cierto, esto me ha llevado a pensar en mis vacaciones. Vacaciones no respecto al trabajo sino a la maldad. ¡Qué descanso el de estos meses! No veo a nadie de quien deba o pueda desconfiar. Sólo trato a amigos en cuanto amigos (fuera de toda acción común), y a esta familia verdaderamente ejemplar. Lo repito una vez más y lo repetiré más veces: no podéis imaginaros como me cuidan Grand’ Maman y Renée. ¡Las dos por supuesto! Las dos se desviven por darme gusto, tenerme contento y ponerme la mejor alimentación y la mayor comodidad. ¡Y qué madre es Renée con sus hijos! Hace unos días cenaron en casa unos compañeros de trabajo de François con sus mujeres. ¡Qué esfuerzos hizo, durante toda la soirée, Reneé para que todo marchase bien!, ¡Y no pensando más que en dar gusto a François! Yo creo, Teresa, que debieras escribir por fin una carta a tante Renée, dirigiéndote a ella directamente y a Margot. (No hay que prolongar demasiado las escenas con lo que llegan a ser fantasmas de nuestra imaginación). Esto es lo que te diría tu madre —en forma más sencilla y enérgica. Por cierto, se me ocurren ahora ciertas consideraciones sobre nuestra común vida pasada en que antes no había pensado. Claro: es la perspectiva final, la definitiva y también es el método comparativo. M. Berl me ha hablado de cómo os habíamos educado. Pues no ha sido según una particular pedagogía; no hicimos más que vivir juntos, muy juntos, y así expresar nuestro ser, lo que de veras somos. ¿Y cómo hemos vivido? Muy sencillo: en amor y en verdad. Me importa subrayar el segundo término. Con vuestra madre hemos vivido siempre, siempre, día por día. (¿Y cómo no llorar al recordarlo?) al nivel supremo que es el nivel de la verdad. Eso es lo que significaba aquella crítica, dura a veces (la verdad es en definitiva un régimen riguroso), pero que expresaba la integridad de aquel espíritu —y su fuerza. ¿Habilidades? Nunca. La habilidad es la fuerza de los débiles: de ahí las tentativas laterales e indirectas y las acciones por carambola: para tocar una bola hay que poner en movimiento otras dos interpuestas. Sí, ese es uno de los aspectos de mi balance: la verdad. Mi madre vivió así. No hay duda alguna: es el vivir supremo (¡Qué suerte la mía!).
He comenzado a escribiros con la intención de contaros mis últimas andanzas. Pero se me ha ido la pluma a otros asuntos más nuestros para contestar a la carta de Teresa. También surge en ella, en la carta, la cuestión Harvard. Siento yo también infinitamente que ese asunto no se resuelva en estos meses. Pero la batalla (si bataille il y a) no está perdida. ¡Terminaremos viviendo en Cambridge! De modo que Antó hace progresos en inglés: ocurrirá pronto lo que siempre me imaginé: que Antó enseñará inglés al abuelo en sus próximos paseos por… América. Contadme, contadme muchas cosas de Antó. Teresa no me dice cómo marchan los trabajos de Steve (“trabajos” en su doble sentido: como estudios escritos y como trabajos de Persiles). Ayer compré el número de Realidad dedicado a Cervantes. Devoré el gran artículo de nuestro maestro don Américo. (Anoche estuve con Bataillon y me habló con gran admiración de Américo y de ese artículo). También compré el nuevo libro de Juan Ramón: La Estación Total. Hay media docena de poemas buenos, entre los mejores de JRJ. Pero el conjunto es flojo ¡y qué narcisismo —hasta un grado satánico!
Una última recomendación: necesito que Claudie me diga, si ya no lo ha hecho (como supongo) si envió o no envió aquellos cien dólares. Necesito saberlo inmediatamente para proceder en consecuencia. Teresa: echa una mano…
Una última pregunta de Teresa sobre Grand’Maman. Grand’Maman piensa ir a Princeton primero (para evitar los demasiados recuerdos de Welleslley) en esta primavera. Yo, en mayo. Grand’Maman poco después.
Adiós termino deprisa —por falta de este maldito tiempo— que es quien nos va matando gota a gota.
Besos. Abrazos. Vuestro
Jorge.