19480126

 

París, lunes 26 de enero de 1948

 

Queridos hijos:

Me separan de vosotros, si Dios y/o Valladolid no se oponen, ocho semanas. Siete aquí, una semana de viaje, en suma, un soplo, un relámpago. Comienzo a sentirme en la zona intermedia del viajero. Pronto os acompañaré en Libby House, me pasearé con Antó, charlaré con Claudie de biblioteca en cafetería: el mejor programa para mí —en este epílogo de vida que es la vida mía. Llegó la carta de Claudie con las informaciones sobre Harvard. Lo importante es haber trabajado y aprendido. Me sorprende mucho que Levin incurra en ese disparate de la adivinanza: lo peor del American way of life universitario. Todo se nos vuelve periodismo y radio: information, please. Cuéntame querido Claudie, el fin de la película y háblame de los conocidos nuestros de Harvard. ¿Y “don Amado”? ¿Y Poggioli? (Pregúntale cuando aparecerán nuestros poemas en la edición de Parma). Y no te apures contemplando la mezquindad de esas vidas de profesores tan escasos de todo ¡cada uno es y será cada uno! —todo se andará— sí, aunque sin la compañía indispensable. He leído no sé cuántas veces lo que Claudie me dice de vuestra madre. ¡Totalmente de acuerdo! Nosotros cuatro (es decir, cinco, seis, sabe Dios cuántos) siempre. Me conmueven, me hacen llorar, claro, esas palabras —tan enteramente verdaderas. Claudie termina “se lo debo todo: no sólo la vida, la salud, sino también lo poco que tengo, por dentro, de decente, de bueno y de fecundo”. De acuerdo, salvo en lo de “poco” —aunque esa frase no sea del todo exacta en su forma literal. Yo sólo sé lo que Claudie, que nunca se ha sentido huérfano de padre, quiere decir y significar. Seguiremos, seguiremos hablando de nuestro tema capital (todos los días que nos quedan por vivir juntos).

Visitas, conferencias, viajes en el metro, ojeadas a París, lecturas, escrituras: así van desarrollándose las semanas. Cogniat me invitó a ver La Dame de L’aube. No está mal, pero me dejó, nos dejó fríos. (Y yo no sé apenas nada de este simpático y discreto Casona… otra laguna). Para un hombre en mi situación resulta particularmente artificiosa esa manera de simbolizar la Muerte, dama torva de negras vestiduras. ¡Señor, lo terrible no es eso, la Muerte que no existe, sino el muerto, los muertos sin abstracción que valga! Voy dos tardes cada semana al Colegio de Francia (dentro de un rato, a las cuatro y media, me toca el curso de Baruzi sobre la contemplación platónica) pero ¡cuántas horas me llevan las gentes! Ayer tarde fui de nuevo a ver a Berl. Y anoche estuve, como todos los domingos, en mi “célula” como dicen en esta casa. ¿Demasiada insistencia? ¡Ca! Voy así, domingo a domingo, adquiriendo un conocimiento directo de ese círculo, o mejor, de ese ambiente, de ese estado de espíritu con tanta variedad y profusión de pormenores y aspectos que constituye una verdadera “experiencia”. Cada noche desfilan nuevos correligionarios. ¡Cuánto aprendí anoche sobre ese último grado del dogmatismo fanático! Sobre este punto os contaré muchas cosas (¡Y qué cura de toda posible tentación dogmática!). Se acaba el papel, son las cuatro (esto parece de pronto el cuento de don Lope de Sosa).

Besos a Antó. ¡Escribid, escribid! Teresa, no se te olvide el envío a los Berl. Abrazo de

Jorge.