19490628

 

Irún, 28 de junio de 1949

 

Queridos hijos:

Ya estoy del lado de acá. A mi llegada, ayer, me recibió la señorita que conocéis. Saldré esta tarde a las seis y media para llegar a Valladolid a una hora intempestiva: las tres. Me he alojado en un hotel de medio pelo, y enseguida he encontrado la España castiza. Entre las mesas, en alta voz, conversación sobre toros. “Que si Paquito Muñoz…”. —“No, no es un torero de escándalo” (es decir, muy bueno)—. “¡Cómo! ¡De escándalo y medio!”. —Etc., etc.

La misma labia, los mismos temas de siempre. Y todo sumergido en el olor a aceite. ¡Este será mi problema: el culinario! Paseé un rato por la noche. “Churrería madrileña”. Lotería nacional (¡Jugaré!) “Gloria Colina Robledo, Profesora en partos” como decía aquel rótulo que fue el enigma de mi infancia en mi calle natal. Y, al volver a la “fonda”, ¡oh dulzura!, puse una silla en el balcón y gocé de la noche y de la calle. En el espejo, queda reflejada la calle. (Perspectivas dulcísimas que no permite América). No he dormido mal. He invitado a comer a la señorita de la estación; pero no puede aceptar porque acaba de reñir con su novio y la situación sería violenta.

¿Y la actualidad? Aún no la he visto. Solo, hasta ahora, la Eternidad. ¡Eternidad de toros y de aceites!

O mejor:

¡Eternidad de toro oliendo a aceite!

Estoy tranquilo, contento. Y solo. Pero solo.

Abrazos. (No hay tinta)

Jorge