Para citar este artículo:

Martínez Illán, Antonio (2023) “Queridos hijos, preciosos hijos, 26 de mayo de 1951” en en Cartas a Teresa <https://guillen.linhd.uned.es/26-de-abril-de-1951/>

Berkeley, 26 de mayo de 1951

Queridos hijos, preciosos nietos:

Sí, estas semanas finales de curso se van pasando deprisa, entre pequeños quehaceres y comidas e invitaciones varias. Ya empiezo a sentir la hora de la despedida. Las gentes me agasajan, y mi “papel” de… poeta —¡sí, señor, ¿por qué no decirlo?— de poeta bien madurito se me impone en todas partes —como ocurría en México.

El curso de lírica ha salido bien. Ya terminé. Hasta el último día han asistido los Malkiel: mi mayor éxito de profesor. ¿Por qué María Rosa, tan crítica, suspende su severidad conmigo? La hipótesis más modesta es… que debo de serle simpático personalmente. ¡Qué elogios me arrojó la otra noche por teléfono! Con estas pruebas de simpatía coinciden con las cartas que voy escribiendo sobre Cántico, y no oigo más que parole flatteuse, ¿correré el peligro de ponerme tonto? Y me digo: ¡cuidado! Pero ya vendrá algún Tío Paco con la rebaja… El primer artículo ha sido el de Melchor, siempre tan activamente amigo mío. ¿Cómo no voy a entenderme mejor con él que, por ejemplo, con Dámaso? A Dámaso le he enviado todas las últimas publicaciones, hasta los versos mexicanos de Novedades, y le he escrito. Mañana —me dice hoy Pedro— se embarcará, feliz con sus dólares —y sin haberme dirigido ni dos palabras. Ya sé la excusa: que estaba preparando su libro sobre la novela y leyendo en Yale los libros que no encuentra en España. ¡Sí, sí! De Pedro, en cambio, —naturalmente— tengo noticias con frecuencia. Pedro está enfermo, con reuma; no puede apenas andar. Ha renunciado a su viaje a Cuba —donde van a representar Judit y el tirano— y no sabe si podrá venir a Los Ángeles. En ese caso, yo iría directamente a México. Por todo lo cual os pregunto: ¿qué proyectos tenéis? Quisiera saber: fecha aproximada de llegada a México; ciudad o pueblo en que viviréis, alojamiento previsto. Yo no sé qué hacer en cuanto a medio de locomoción. Tengo que intentar un esbozo de presupuesto, voy a moverme mucho entre mis últimos dólares de Berkeley y mis primeras pesetas de Valladolid. ¡Cuánto siento no contar aquí con la ayuda de Teresa, para poner en orden mis cosas y equipaje! Pero hablemos de otros temas pendientes. Ante todo, la carta de Renée. ¡Qué desastre, Dios mío! Yo espero que Grand’Maman resistirá aún muchos meses, y sin duda, años. ¡Qué final tan triste y doloroso, y qué injusto! Por cierto, la historia del secreto de Monique me parece totalmente estúpida, y muy significativa. Se trata, para Renée, de sustituir a la madre, de ser siempre la primera: antes que el marido, en mi caso; ahora, antes que la madre de Monique, etc. Decididamente, no puedo entenderme con Renée —por otra parte, tan desgraciada, tan abnegada— y tan cariñosa. Ya les he mandado los 520 dólares que restaban en la cuenta de Wellesley. Grand’Maman creyó que no había más que 512, y se limitó a no pedir más que 500 —dejándote a ti el piquillo. Pero no: había 520 dólares y algunos centavos. ¿No te parece, rica, que, en vista de esa situación tan apurada, era preferible enviar la cantidad redonda de dólares? Pienso en cómo todas estas cosas habrían atormentado a mamá. Comentemos las otras cartas. Las de Claudie son estupendas. Sí, es curioso: cada día se siente más español, y menos francés. Lo primero tiene, por fuerza, que encantarme; pero no necesito que me sacrifique a Francia. (Yo, por mi parte, no siento disminuir en nada mis aficiones francesas).

Ahora Claudie me habla de su reclusión en su casa para comenzar a componer la tesis. ¡Por fin! Y claro, no vendrá a Harvard, y seguirá un año más en Colonia. Bueno; el plan no es disparatado. Además, el niño ya es mayor y realiza su propia voluntad. ¡Perfectamente! (En sus últimas cartas, me dice Pedro que en estos momentos de dificultades materiales, Jaime los ayuda muy poco. Esa cuestión no se arregla, por lo visto).

La carta de Curtius me ha “impresionado” no sólo por la importancia del opinante y el amable emballement en la opinión —sino porque anuncia un artículo. También Bowra, otro crítico —scholar— de autoridad europea, afirma lo que no se podrá decir en España, porque el extranjero simplifica ya, como si fuese un juicio póstumo. Blecua y Gullón preparan sendos artículos; otro, Guillermo de Torre, otro habrá en Sur. En fin, ¡soy un venerable vate! A este propósito, una historieta. María Rosa me pone en relación epistolar con sus amigas. Una de ellas me escribió colocándome al lado de… Sófocles, etc., etc. Total: que le dirigí este poemilla:

Ana María

Ya que usted, ay, me lee, remota Ana María,

Como si fuese un vate muy barbudo

que nunca abrazaría,

mi antigüedad eludo

para dar fin a fábula demasiado gloriosa.

Y levantando, no se asuste, mi propia losa,

me atreveré a pedir la imagen más concreta

de una Amarilis que es de verdad Ana María,

porque precisamente es el poeta

quien tanto ha menester de su fotografía.

Los amigos hicieron creer a esta muchacha que los versos eran una mistificación de María Rosa. Por fin, resplandeció la verdad; y me envió un retrato —bonito, como el original, con esta dedicatoria: “Para Jorge Guillén —ahora mi buen amigo y siempre mi poeta”. ¡Cómo todas estas cosillas harían sonreír a mamá! Os lo cuento porque completa el cuadro de esta primavera… con Cántico sobre mis espaldas. —Y a todo esto, no he escrito nada sobre mi preciosísima nieta Isabel. ¡Me remuerde la conciencia! De modo que Antó va a volar solito como un hombre… Querido Antó: ¡me asombras!

Adiós. Abrazos a los cuatro.

Vuestro,

Jorge

Steve: me escribe Santayana preguntándome si recibiste su artículo. Yo creo que está esperando unas líneas tuyas de agradecimiento. (¡Escríbeme a mí también!).

Esta está fechada el 26 de mayo de 1951 en Berkeley, donde Jorge Guillén ha ido a impartir clases en en el segundo semestre desde Wellesley. En las cartas a Teresa, el poeta le cuenta a su hija la gestación de esta estancia. Así, a comienzos del año anterior le escribe:

«Recibí carta de Erasmo Buceta, como sabéis profesor en Berkeley. Me propone –idea suya, que le permita desarrollar su sabático en el curso completo– que le sustituya de febrero a junio de 1951. Su chairman está conforme. Yo vi enseguida al mío y a Justina le pareció bien la idea. ¡A mí también! Con estas condiciones: a. Que vosotros vengáis a México, yo iría de México a California directamente, b. Que no os vea en México, entonces yo pasaría en Columbia enero y parte de febrero antes de trasladarme a Berkeley. Porque lo que está completamente excluido es que pase un año sin veros». (Wellesley, 8 de enero de 1950)

Erasmo Buceta (1894-1964) que le invita era un hispanista que tras doctorarse en derecho había llegado a Estados Unidos en 1916. Fue profesor en John Hopkins University (1916-1919) y en la Universidad de California, Berkeley de 1919 a 1954. Sus investigación se centraban en la literatura de la Edad Media y en el Siglo Oro. Compartía con Guillén el interés por Berceo. Buceta le pide a Guillén que le sustituya para poder pasar un año sabático en España.

Jorge Guillén ha llegado a Berkeley el 7 de febrero. Allí le han recibido Yakov Malkiel (1914-1998) y Arturo Torres Rioseco (1897-1970), los dos profesores en Berkeley. Guillén se instala en un apartamento en Colgate Avenue, desde donde ve la bahía como le cuenta a su hija. Está en California para dictar dos cursos sobre lírica española, uno del XX y otro de los siglos XVI y XVII y estará allí el spring semester, de febrero a mayo. Los cursos terminan como dice en la carta en mayo y habían comenzado el 14 de febrero y le escribe a Teresa sobre ellos: «Di ayer mis primeras clases – después de la presentación del lunes. – Tengo una docena de alumnos en dos cursos; en el seminario de poesía lírica, siglos XVI y XVII hay menos, pero bastantes oyentes. Llegué ayer al cuarto de la biblioteca donde se celebra el seminario y no vi a María Rosa. ¡Respiré! Pero se presentó Malkiel en su nombre – M.R. estaba acatarrada – para tomar notas “hasta de los chistes y las sonrisas”». (Berkeley, 15 de febrero de 1951).

Sus anfitriones en Berkeley son el chileno Río Seco, los Oschki, Leo Samuele Olschki (1885-1961) hijo del editor italiano y su familia, Joaquín Nin-Culmell (1908-2004), pianista, compositor y director entonces del departamento de Música en Berkeley y los Malkiel, María Rosa y Yakov. María Rosa era hermana de Raimundo Lida y discípula de Amado Alonso y de Pedro Henríquez Ureña, había ingresado en Buenos Aires en el Instituto de Filología que dirigía Amado Alonso. María Rosa Lida conocía a Guillén de su etapa como profesora en Harvard, Cambridge, Massachusetts en donde estuvo hasta enero de 1948, cuando viajó a California y se casó con Yakov Malkiel. Yakov, judio nacido en Kiev, se había formado en la Universidad de Berlín en filología románica, lingüística eslava y semítica. En 1940 emigró a los Estados Unidos huyendo del nazismo, primero enseñó en Wyoming y en California desde 1943. En la carta Guillén copia el poema que ha escrito dedicado a una amiga de Rosa Lida también de Buenos Aires, se trata de la hispanista Ana María Barrenechea (1913-2004).

En esta carta, además de dar noticia de la familia, le habla de la recepción de Cántico. Sobre la familia le cuenta a su hija sobre las novedades que tiene de París por la carta de su cuñada Renée, de la madre de su esposa, Germaine Cahen, a quien se llama Grand’Maman, también le habla de la marcha de la tesis de Claudie Guillén en Princetown. Y, al comienzo y al final de la carta, lo que el poeta parece interesar más. Las reseñas y la recepción que está teniendo la publicación completa de Cántico en Buenos Aires en 1950. Primero, un artículo de Melchor Fernández Almagro publicado en el ABC en España. Luego, el silencio de Dámaso Alonso y lo que Pedro Salinas le dice sobre esto por carta desde Baltimore el 24 de abril de 1951 y dos respuestas que ha tenido por carta, la del romanista Ernest R. Curtius (1886-1956) que le ha escrito el 16 de mayo y le anuncia un artículo. El estudio de Curtius se publicará como un capítulo de su libro de 1950 Kritische Essays zur europäischen Literatur, Verlag: Fischer. (Ensayos críticos de literatura europea Madrid: Visor, 1989) y que se publicará en inglés como  “The Poetry of Jorge Guillén” en The Hudson Review, Summer, 1954, Vol. 7, No. 2, pp. 222-227. La otra carta que menciona es la del profesor de Oxford Cecil Maurice Bowra (1898-1971). Bowra le ha escrito desde el Wadham College el 20 de mayo de ese año y esta carta se encuentra entre las cartas a Teresa. En ella Bowra habla de Cántico como «the great books of our time, a true life work, great both in its individual content and its general balance and design». (Oxford, May, 20 th, 1951). Se entiende que Jorge Guillén, que dedicó a la escritura de su Cántico desde 1919 hasta que dió por concluída en la edición de 1950, se sintiera alagado por estas palabras.

En la despedida de la carta, Guillén siempre recuerda a sus nietos, Isabel (1948) y Antó (1944) y en la postdata le escribe a su yerno, el hispanista Stephen Gilman (1917-1986 ), que con elegancia le recuerda que debe responder a Santayana (1863-1952) quien ha publicado sobre el libro de Gilman, Cervantes and Avellaneda (México, 1950). Guillén viajaría de California a Middlebury College donde estará en verano junto a Pedro Salinas, luego a Nueva York y pudo embarcar para Europa el dos de septiembre. Estuvo en Francia, en España y en octubre en Roma, donde visitará en Santayana y le escribirá a Teresa:

«¡Santayana! No se encuentra tan “acabado” como él me anunció en una carta. Y habló Santayana sin parar –dulcemente, con dulzura de viejo– en español con toda naturalidad: “Soy un español que ha vivido en el extranjero”. Otra sorpresa: su simpatía. Sonríe siempre, se ríe a menudo. Me dijo –para explicarme que no valía la pena que yo tradujese alguna poesía suya– que él habría debido escribir la prosa en inglés, los versos en español, y así habrían sido mejores. Fue, en suma, una charla muy interesante. ¡Qué españoles hay por el mundo, y este, qué singularísimo solitario, esperando la muerte, solo, entre unas monjas!». (Roma, 9 de noviembre de 1951).

George Santayana había abandonado Boston y vivía recluído en Roma desde 1941 en una habitación de la Clinica della Piccola Compagna di Maria, cuidado por las Hermanas Azules irlandesas (Blue Nuns). Allí había traducido al inglés la décima de Cántico ‘Estatua ecuestre’ y Guillén quiso agradecerle el detalle. Jorge Guillén regresaría a Estados Unidos en diciembre, se embarcaría en el Queen Mary el 26 de diciembre. Pero América ya no sería lo mismo para él porque había fallecido en Boston en diciembre su amigo del alma, Pedro Salinas.